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¡Genial!
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Ayer ví House of Cards, la serie impulsada por Netflix, que le ha reportado buenos beneficios en su primera incursión en lo que aparenta ser la transición a convertirse en canal de televisión. A diferencia de otras series sobre política, como The West Wing, en la que se resalta el rol del presidente de Estados Unidos y su gabinete en la toma de decisiones oficiales, House of Cards es la antítesis del buen político. No es una serie sobre política, sino sobre políticos que hacen todo lo que tengan que hacer para lograr sus objetivos personales y comerciales.
Si The West Wing es una serie sobre cómo nos gustaría hacer política, House of Cards es todo lo contrario. Es una permanente conspiración encabezada por el personaje Frank Underwood, personificado por Kevin Spacey, quien se enoja con el presidente por el hecho de que éste no lo designó Secretario de Estado, lo cual ocurre en el primer episodio. A partir de ese momento, Underwood se convierte en el político ideado por Maquiavelo. Es posible que Underwood actúe por venganza, pero más que eso, por su deseo de ser alguien importante, pues en la estructura de la Cámara de Representantes, Underwood es el «Mayority Whip» del Partido Demócrata, que, por su posición, no despacha con el presidente de Estados Unidos, sino con su jefe de gabinete.
En un mundo en el que existe escepticismo hacia la política, precisamente por los malos políticos, House of Cards es una serie en la que se resalta el lado oscuro de los políticos. Poco importa el objetivo de aprobar leyes, pues para eso están los lobistas y los paralegales que trabajan en las oficinas del Congreso. Todos esos detalles de la política cruda de Washington es reflejada, a veces de manera exagerada, en esta serie. Y sin dudas, Kevin Spacey es Kevin Spacey, a lo máximo, en House of Cards.
A quien le gusta la política, tanto la buena como la mala, tiene que ver esta serie.
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