La diplomacia viaja en el estómago

10 Jul

Uno de mis hobbies es la gastronomía. Es una actividad que unifica a la familia, amigos y relacionados, a través de desayunos, comidas y cenas, más cuando son preparados en casas. Es un contraste de que mientras la sociedad marcha hacia un profundo individualismo, todavía las comidas unifican y acercan más. Es lo que ocurre también en el mundo de la diplomacia y de la política. Los acuerdos se cierran, no en la mesa formal de las discusiones, sino en la mesa de la comida. De ahí es que ha llamado mi atención este reportaje publicado en The New York Times titulado Diplomacy travels on its stomach, too, sobre toda la transformación que ha hecho Hillary Clinton en la gastronomía en el Departamento de Estado de Estados Unidos.

“Showcasing favorite cuisines, ceremonies and values is an often overlooked and powerful tool of diplomacy,” Mrs. Clinton wrote in an e-mail response to a reporter’s questions. “The meals that I share with my counterparts at home and abroad cultivate a stronger cultural understanding between countries and offer a unique setting to enhance the formal diplomacy we conduct every day.” Less formally, Natalie Jones, a deputy chief of protocol, said that food is crucial “because tough negotiations take place at the dining table.” Before Mrs. Clinton arrived, the State Department relied exclusively on local caterers, who supplied a limited choice of cookie-cutter menus. But a special unit was created in 2009 to handle all the secretary’s official activities when she is hosting foreign dignitaries. “Basically, we became an in-house catering company to control quality, instead of outsourcing it,” said Jason Larkin, the executive chef and event manager for the department, which he joined in 2006. Mr. Larkin and his assistant, Chris James, buy locally and seasonally. The once-obligatory green salads have been replaced by dishes like watermelon-tomato gazpacho with Maryland crab meat; the old double consommés have given way to beet soup with beet ravioli.

Desde 2009, Clinton decidió crear la unidad de alimentos y bebidas en el Departamento de Estado para controlar la calidad de los alimentos, en vez de contratarla externamente. Esa unidad se encarga de comprar los productos, y en ocasiones especiales, contrata chefs reconocidos para que preparen las comidas a invitados de alto nivel.  Muchas veces, los chefs contratados son de la nacionalidad que corresponda al invitado de turno, lo cual ofrece un ambiente de confianza en medio de las discusiones. Esa misma unidad se encarga de supervisar la agenda gastronómica de Clinton y de sus potenciales invitados, tanto en Washington como en sus viajes al exterior.

Todavía, nos falta mucho por aprender en estas latitudes.

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